Paisajes de Piedra
"Estamos hechos de las lecturas que nos han formado. Influido por mis maestros geógrafos, tengo la tendencia a ver las montañas ante todo como formidables escenarios pétreos. La montaña es una piedra habitada.
Entre esos maestros cuyos libros me han enseñado a mirar, no todos son recientes. Por ejemplo, entre ellos está destacadamente Ramond de Carbonnières, que recorrió el Pirineo a fines del siglo XVIII y a comienzos del XIX. Lanzó en 1801 la idea de que hay un orden geométrico interno en la masa rocosa que trasciende a sus formas externas. Una ordenación de la materia, presente tras una aparente irregularidad, de modo que el paisaje de las cumbres tiende a presentarse en construcciones piramidales regulares. Estas leyes, esta geometría inscrita en la roca da las pautas de su escisión y dirije la demolición de la montaña en poliedros.
Encontré de nuevo esta interpretación explícita en el libro del famoso arquitecto E. Viollet-Le-Duc, titulado Le Massif du Mont Blanc, de 1876. La montaña, escribía, es una construcción compuesta de fragmentos, una reunión de romboedros. Un sistema y una ruina de poliedros. Y añadía una frase formidable: “ha sido una gan cosa que la geometría haya sido inventada antes del origen de los mundos, porque sin ella no hubiera sido imposible formarlos”. La montaña es una piedra ordenada.
Desde entonces mi mirada ha estado condicionada. He observado tanto a las cordilleras que me es fácil poner ejemplos de sus escenarios como piedras admirables. Sus altos valles suspendido son una muestra de grandes surcos modelados por los hielos glaciares, escalonados de modo que distribuyen sus concavidades, cubetas con lagos transparentes, según las líneas maestras, la geometría organizada en las entrañas de la masa montañosa, mientras las convexidades piramidales de sus picos responden a grandes esculturas naturales abiertas según similares planos inscritos en la roca. La armonía del relieve –la afinidad entre la forma visible y la estructura profunda- alcanza en estos lugares su máximo en los paisajes naturales del planeta .
El escarpado mundo de la alta montaña es la culminación de un sistema de escalinatas originales de mármol, de granito, de esquistos, aparentemente desorganizado pero que en realidad sigue las recónditas y obligadas pautas del esqueleto de fracturas que allí rompen la corteza terrestre. Arrancan de circos en marcadas graderías, con repisas pulidas por los hielos y terminan en paredes de elevados y limpios escarpes, como un sistema de muros y peldaños hasta las cumbres y las figuras atormentadas de las crestas astilladas. Astillas, esquirlas de piedra extraídas por la implacable y gélida erosión de altitud de la mole del pico a través de sus fisuras, arrancadas y arrojadas al vacío por los canales que hienden las paredes. Se ha escrito que los altos Alpes presentan perfiles góticos, que enlazan con una estética de lo sublime en la naturaleza violenta, evocadora de ruinas de antiguas catedrales y castillos, doble mirada analógica que enlaza a la montaña con una construcción humana y a ésta con la siluetas de las cumbres.
Los valles se abren en las mismas rocas y en ellas las formas que labraron las antiguas lenguas glaciares siguen normas estrictas que dan los dibujos de interfluvios bruscos, hombreras alargadas, escalonamientos repetidos y hoces, en los que la diversidad geológica se manifiesta directamente en el relieve, en sus colores, volúmenes, pendientes, diferencia los ambientes y albergues de la vida y , por su magnitud, dirige los paisajes. Son las pautas que encuentra la erosión y todo el mosaico de formas de montaña depende de ellas, cumbres agudas, afiladas, crestas con agujas y brechas, aristas, paredes, fisuras, diedros, chimeneas, canales, circos, cubetas lacustres, artesas con umbrales y rellanos, y hasta las desmoronadas morrenas, aluviones de torrenteras a veces furiosas, terrazas de guijarros junto a los ríos, tienen dependencia de los volúmenes rocosos de los que nacen y en los que se asientan. No se deben, pues, al azar ciertas impresiones de armonía en el paisaje pétreo: a poco que las ordenemos responden a la apreciación incluso intuitiva de la estructura, de la trabada organización material que lo construye.
Por último, piedra a piedra, a lo largo de siglos, el hombre ha ido levantando sus casas, los lindes, los caminos y puentes, escalonando sus campos, con las mismas piedras de la montaña. La casa del hombre ha mirado largo tiempo con familiaridad en el paisaje cercano el origen de sus muros y sus techos y ha sido parte natural de él. La piedra escindida según sus fisuras naturales fue labrada, se le añadió cuidado y belleza y las descendencias tuvieron respeto al patrimonio. Rocas del mundo y muros del paso humano se hablan con hermandad.
Sin embargo, algo desgarrado está teniendo lugar hoy en el paisaje de piedra, cuando, tras ese largo transcurso de tiempo, tantas carreteras, presas, aparcamientos, industrias del ocio van rompiendo tantos trozos de la montaña. Cuando, sobre todo, los hombres olvidan o desplazan a pura arqueología los valores de lo que ha sido su misma personalidad hecha paisaje. Hoy azotan los valles torbellinos de nueva utilidad que han vuelto los hábitats de las montañas inestables, inseguros. Es una pena, porque, como escribía otro de mis maestros, Eliseo Reclus, en 1880 -en frase que es aplicable tanto a la piedra de la cumbre como a la del puente o a la de la casa-, el origen del más pequeño fragmento de roca es el mismo que el del universo entero"
Eduardo Martínez de Pisón
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