30 junio 2008

Anclajes de infarto.

Un Cirlehead con cabeza de cobre.








Para rocas duras.
Fisuras ciegas horizontales mínimas.
Se coloca con maza y mediante un punzón o cortafrios romo.
Para quitarlo es necesario un estrobo o cadena, punzón y maza.
El de la foto aguantaba a dos personas dando botes.




Una clavija plana tipo RURP






A falta de madera, buenos son plomos. Punta de Rurp (menos de medio centímeto) en fisura invertida sobre laja un tanto expanding. Con el plomo metemos suficiente presión como para que la clavija aguante perfectamente. Truco by Talets.

El seguro de la foto aguantaba a una persona dando botes al ritmo del Chikilicuatre.

27 junio 2008

Siete Picos (Fisura sin nombre)

Guillermo posando a la altura del parabolt




Si se mira al atardecer a la cara sur de la Sierra del Dragón, la gran placa de unos 50 metros que hay bajo el sexto pico aporta una gran sombra y deja claras las buenas dimensiones del lugar. La mejor manera de llegar es por la bella Senda Herreros, que discurre, a media altura, por todo el concavo sur de Siete Picos.



Esta senda (que se desvía de la que va desde el telegrafo a las cumbres, antes de comenzar la subida al septimo pico) está marcada con puntos azules, y se debe seguir hasta su paso por la canal del séptimo pico (que es una larga e increiblemente bella fractura diagonal, que sube desde muy abajo por toda la cara sur, hasta flanquear el séptimo pico por la derecha, y que se forma muy pocos inviernos...a pesar de que siempre que nieva se marca pefectamente).






Se comienza a subir por la canal, justo bajo unas placas de apariencia más redondeada y pedricera, que están bellamente jalonadas de chorreras y algunos techos. Unos 150 metros más arriba se llega a la fisura, quedando a la izquierda según se sube.


Después de unos 10 ó 15 metros (de placa de agarres por el centro, o por una fisura a la dercha), se llega al bacalao....y comienza la fisura en sí. Unos 30 metros verticales, con posibilidades por fuera, buenos empotramientos de manos, bavaresa en lo alto, y hasta zonas de chimenea estrecha. Existe un parabolt bastante nuevo con argolla a mitad de la fisura, que no se sabe si es reequipamiento de un buril original, y otro cuando se acaba la misma que se puede triangular con una fisura para montar reu. Ojo al final del largo, que hay una sección roma bastante graciosa.


La fisura se la dió Guillermo como un autentico jabalí alpino. Encima sacó muchos movimientos por fuera. Fue espectacular. Guille, un placer semejante actividad para conocernos en persona, tanto a ti como a José. Un abrazo.





PD (Pasaros por su blog para cojer el croquis)



http://blogguienlavertical.blogspot.com/2008/06/guadarrama-pleasure.html





Vista desde lo alto de la canal. La placa de la fisura se aprecia abajo a la izqueirda, y arriba a la derecha hay una cordada que hizo el artifo del bolo cimero del espolón.

23 junio 2008

Magic Rock Climbers - ( Picos de Europa ) 2ª Parte


Miguel Ángel Mora "Biafra" en la Cainejo, el día de su gran vuelo






Vía Nosferatu (Espolón Norte del Naranjo)

Croquis del libro de Adrados y Jerónimo López


“No puedo precisar en que momento lo pensé, pero la idea de explorar el espolón norte cimero del Naranjo se convirtió en una de mis ilusiones. Se trata de un elegante filo de roca, que paralelo a la fisura Pidal-Cainejo, asciende por su izquierda, desde la Gran Cornisa a la cima. Por otro lado, lo veía cómodo y lógico, pues supondría una aproximación corta, al poder subirse desde la Canal de la Celada. Y así, poco a poco fue quedando definido el proyecto: una vía original directamente por la cara norte.



El paño de roca de la Nosferatu




Cada vez que me adentraba por la canal, observaba con ojos de detective cada fisura, cada relieve de la roca, las barreras de techos; creando posibles itinerarios a través de aquella gran muralla. Buscaba sus puntos débiles y a la vez los más estéticos.





Miguel abriendo uno de los primeros largos

El día 25 de agosto, Alberto de Miguel y yo empezamos la aventura. El cielo está muy cubierto de nubarrones, que huyen velozmente arrastrados por el viento. Hay gran humedad en el ambiente y somos la única cordada que va a trepar. No sabemos muy bien por donde empezar, desde la base todo parece confuso y poco definido. Decidimos superar una estrecha fisura que, sin ninguna complicación, nos conduce a una cornisa.







Alberto en una de las reuniones de las repisas




Ya metidos en faena, todo resulta más evidente. A continuación me elevo por un primer resalte, corto pero aéreo, y sigo por terreno fácil hasta otra cornisa. Y bueno, las dudas se van disipando, ya que la propia pared nos muestra el camino a seguir.
Sigo por un segundo resalte que presenta un diedro con bloques; mis músculos, ya entonados, se mueven ordenadamente, aprovecho presas, pongo seguros… y gano otra zona fácil que me lleva a otra cornisa. En ella encuentro un clavo con mosquetón muy antiguo ¡¡Sorpresa!! Ya que ninguna guía habla de vías en esta zona, y hasta el momento no hemos encontrado más vestigios de ascensión.

Dejamos lo encontrado en su sitio, y Alberto continua en cabeza, superando el tercer y más corto resalte, que nos lleva al pie de una zona de gradas. Desde aquí no vemos clara continuación, pues nuestra idea era ganar un diedro oblicuo muy visible desde la base, pero que ahora no divisamos. Superamos la zona de gradas en dos largos, y finalmente ganamos el ansiado diedro.
El ambiente que nos acompaño aquel día fue bastante lúgubre, ya que la niebla nos había invadido, y en esta cara solo da el sol a primera hora de la mañana.






Alberto abriendo el gran diedro




La primera parte del diedro queda muy a nuestra izquierda, por lo cual ascendemos por un evidente sistema de fisuras que nos conduce a las segunda mitad, donde la escalada vuelve a tornarse seria y difícil. La reunión es totalmente exterior, aunque muy segura, y nos sentimos muy contentos de explorar estos lugares.
Alberto inicia un largo flanqueo por debajo del techo que ahora forma el diedro, y le veo alejarse, apoyado en pequeñas presas, por una bella placa que impone realizar delicados movimientos. Desaparece en un ángulo. Me dice que tiene un gran desplome encima, y que esté atento; noto la cuerda correr lentamente, y de vez en cuando algún ruido de clavija.
Para mi son momentos de gran tensión, introduzco un taco de aluminio sumándolo a las otras tres piezas de seguridad. Mientras aseguro, descubro, unos metros por debajo de mí, en un ángulo del diedro, un anillo de cáñamo desfigurado por el tiempo. El anillo y el mosquetón que antes cité, me hacen suponer que es material perteneciente a un sistema de rápeles montados hace muchos años, en una supuesta retirada poco lógica, desde las cornisas superiores.
Durante la espera en la reunión siento algo parecido al vértigo, pensando en la antigüedad de las rocas que me rodean, testigos mudos del paso de los tiempos.

Quedan pocos metros de cuerda, pero ya Alberto me anuncia la proximidad de la reunión. Sin duda, este desplome es el pasaje más difícil de la vía, y gracias a que forma diedro, lo superamos con un solo punto de ayuda, y sin utilizar estribos. Desembocamos en una canaleta fácil, y ganamos la repisa de la vía Pidal.
Poco después ascendemos a la Gran Cornisa, donde comemos y bebemos algo, al tiempo que observamos la continuación. Estamos cansados y el tiempo sigue inestable, así que decidimos abandonar la Y griega. En dos rápeles ganamos la base, y el acogedor refugio.

Al día siguiente empeora el tiempo, así que aprovechamos para dormir y reponer fuerzas. También hacemos una excursión hacia la zona de los neverones de Urriello. Por la tarde llega Javier Martín, que había descendido para traer provisiones.

Es una cualidad de la montaña, el romper barreras que impiden la comunicación humana, y aquella noche me sentía profundamente unido a mis camaradas. No cesábamos de hablar y de contar nuestras vivencias. Era tarde, pero no queríamos acostarnos hasta poder ver la Luna, que esa noche también estaba llena. Pero la Luna tardaba. Por fin apareció, por la cumbre del Picu, redonda y deslumbrante, y una gran euforia nos invadió a todos, felices de contemplar los elementos, y de recibir sus vibraciones. Y aquella noche descubrimos una nueva dimensión de la Vega de Urriello. El contraste de las crestas nos hacía ver perfiles semejantes a formas humanas o de animales.
Todo tenía otra significación. Alguien recordó a Nosferatu, el vampiro de la noche, y sentí un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral.

A la mañana, el asturiano Alberto de Miguel sale con Coviella hacia el oeste, mientras Javier y yo nos dirigimos hacia la norte para concluir lo empezado. Ascendemos por la vía de los hermanos Regil para ganar tiempo, y al poco tiempo llegamos al ansiado espolón norte.



Miguel abriendo el comienzo del espolón




Su escalada es muy difícil desde el principio. Supero un muro en diagonal hacia la derecha y gano una repisa inclinada. Luego Javier continúa por un diedro, para abandonarlo en placa, también hacia la derecha. La roca es mucho mejor de lo que esperábamos, se presenta muy sólida y forma como una especie de enladrillado.


Progresamos por el filo derecho del espolón, dominando la fisura norte, que se nos ofrece como una tentación para el escape. Voy en cabeza y quiero retornar a la parte central del espolón, pero el terreno es muy vertical. Efectúo dos intentos en libre, pero al borde de mis fuerzas, debo retroceder. Me replanteo el problema, y con dos pasos de artificial consigo superarlo. Sin duda se puede pasar en libre, pero yo quizá en otra repetición. De esta forma ganamos lo que bautizamos como la fisura de la Luna. Javier remonta los primeros cuarenta metros empleándose a fondo, y me envía algún que otro hierbajo que iba encontrando a su paso. Cuando comienza este largo me invade una gran satisfacción, ya que el sueño está muy próximo a convertirse en realidad. La escalada en la fisura es limpia, vertical y atlética; la roca, de inmejorable calidad. Tomo la cabeza, y después de unos metros, cesan las dificultades. Ascendemos a la vez por la arista norte, que ya se torna tumbada y fácil. Y por fin, la cima.



Javier Martín abriendo la fisura de la Luna




Es la montaña ese mundo mágico en el que el “yo” puede alcanzar su máxima expansión hacia la realidad de lo concreto, y hacia lo inconmensurable de lo infinito.
¡¡Cuánto de enigmático y misterioso en la escalada!! Si has logrado desembarazarte de los prejuicios dogmáticos y de los temores infundados, puedes llegar a desatar tu gran potencial interior, y realizar tus aspiraciones de forma original. Quizás en este mundo tan práctico, frió y calculador, seamos un puñado de locos los que, además de conquistar lo inútil, se lo dediquemos a seres irreales como Nosferatu”.


(texto extraído íntegramente de la revista Peñalara)






Croquis del libro de Adrados y Jerónimo López




Gran vuelo en la vía “Cainejo”, de la cara Este del Naranjo:

A continuación, Miguel nos relata, a día de hoy, una dura experiencia de aquella época. El lado duro y amargo de aquel cúmulo de actividades en Picos:






Claudio Sanchez "Tito" en la vía Cainejo el día del vuelo



“Aquel no iba a ser un día de los que se olvidan facilmente. Yo llevaba muchas semanas en los “Picos”, y prácticamente me había convertido en un rebeco más, eso si, con pies de gato. Tito (Claudio Sánchez) había vuelto a Vega de Urriello hacía días, una herida en la rodilla le había obligado a reposar durante parte del verano. Él me propone con insistencia que hagamos su vía de la cara este del Picu, la “Cainejo”. Recuerdo perfectamente como le había visto abrir la evidente fisura del cuarto largo, subiendo a lo bávaro. Por mi parte no estoy muy ilusionado con la idea, la intuición me dice que algo no iba a salir bien.
Por enésima vez en aquel verano, vamos subiendo la Canal de la Celada. Los cuerpos se calientan, las gotas de sudor lo mojan todo, y nos presentamos en la base de la cara este. Los dos primeros largos los superamos rápidamente. No hay que pensar, pies y manos se mueven de forma autónoma, como con vida propia. Tito escala el tercer largo, que tiene unos tramos, al final, realmente de gran dificultad y expuestos por la precaria protección. Al llegar yo a la reunión, Tito me dice: “Este largo es de los que a ti te gustan…has de subir directo por la placa, y no muy lejos encontrarás un puente de roca”
Yo le respondo que si realmente está seguro, porque la fisura de nuestra izquierda parece el camino más lógico, y yo recordaba como en la apertura le había visto superar aquello en bavaresa. A lo que me contesta que había vuelto en otra ocasión, y había escalado directamente por el muro.
Guiado por estas orientaciones de mi compañero, y sin portar ningún burilador o material de otro tipo para apertura de vías, comienzo el fatídico largo. Aquello es vertical y aparentemente muy compacto. La dificultad es muy mantenida. Clavo la punta de un pitón de sección en U, en una fisurita que resulta ser muy poco profunda, y le coloco una driza para evitar el brazo de palanca. Eso es lo único que encuentro después de varios metros de progresión. No veo ninguna señal de algún paso anterior por ese terreno, y expreso mis dudas a Tito, que se encuentra asegurado a un buril y a un par de buenas clavijas en la cornisa de la reunión. Él me anima a seguir escalando y me contesta que ya me falta menos para el puente de roca, y que es magnífico. Poco a poco me voy alejando de la única puntita de clavija que he podido colocar, y debo estar a unos 15 metros de la reunión. Todo es vertical, gris y extremo. Mi situación es bastante precaria y no hay posible retroceso. Escalo a la desesperada con la esperanza de alcanzar un puente de roca que no diviso por ningún lado. Sin embargo encuentro una pequeña presa para la mano izquierda. No parece demasiado fiable, pero es lo único que tengo. Comienzo a traccionar de ella con delicadeza, e intento repartir el peso en los otros tres puntos de apoyo, y cuando muevo mi mano derecha en busca de otro agarre, ¡la presa se rompe!
Caigo. El vacío se apodera de mi vientre. He comenzado un viaje en la vertical, y como mandan los principios de la física, es uniformemente acelerado. Me separan casi veinte metros de la reunión, y por fortuna voy con doble cuerda de 9mm, llevo mi casco Galibier bien ajustado, y mi arnés petzl es completo y se ciñe tanto a mi cadera como a mis hombros.
Siento un primer choque brutal, despiadado, como un castigo. Entro en una espiral luminosa y cegadora. La adrenalina me invade, y entonces comienza la sucesión de imágenes. Toda una vida pasa por mi cabeza, cronológicamente, a la velocidad de la luz. Cientos de fotografías color y blanco y negro. Soy niño, mi padre me lleva de la mano, paseamos por un jardín; el colegio, aquel profesor de historia universal; mi hermano, la finca de mi abuela, la muerte de mi padre, debería haber sido más obediente…los compañeros de facultad y de escalada. ¿He sacado a Tito de la reunión?, ¿Por que no me detiene? Está claro, es el final. Estoy en el túnel y todo dura muchísimo, las décimas de segundo son eternas. Otro golpe de luz, este definitivo. No existo durante algún tiempo, sin embargo cuando despierto estoy atado a dos clavijas, que he metido no se como, veinte metros por debajo de la reunión.
Me siento como si hubiera peleado con un oso. El pantalón está hecho jirones y tengo unos arañazos terribles en un muslo. Las cuerdas se han enredado en mi brazo derecho y me han roto un músculo. Tengo una herida en la cabeza ya que el casco no ha podido protegerme totalmente, y lo peor de todo, me duelen enormemente los tobillos, uno de ellos roto y el otro con un esguince muy severo.
“¡Madriles!...¡¿Estás bien?!, _me grita Tito desde la reunión de arriba.
Le contesto que si, que dentro de lo que cabe, si…y se reúne conmigo.

Revisamos las cuerdas, y una de ellas está quemada en un tramo de varios metros, aunque aún es utilizable. Rapelamos antes de que mis doloridos miembros se enfríen demasiado. No puedo caminar, pero lentamente voy arrastrando mi maltrecho cuerpo hacia la Canal de la Celada, y al final, cuando toca el pequeño ascenso hacia el refugio, no puedo ya ni moverme, así que vienen otros compañeros y me cargan a caballo.
Al día siguiente, un helicóptero de la Guardia Civil me traslada al hospital Marqués de Valdecilla de Santander, y posteriormente, ya en Madrid, me realizan una operación en el tobillo izquierdo.

¿Qué impulsa a Claudio Sánchez “Tito” a guiarme por aquel muro inexplorado?
¿Qué hubiera pasado si solo me hubiera encordado con un arnés de cadera?
¿Estaría contando todas estas cosas si no hubiese llevado el casco puesto?







El exigente ambiente de la Cainejo






Como es de imaginar, mi madre se llevó un gran disgusto, viuda desde 1966, y a dos años de la muerte de mi hermano Arturo, en un accidente de tráfico, lo sucedido me llevó a pactar con ella una retirada definitiva de la escalada. Algo que prácticamente respeté hasta su muerte, en 1985. En cualquier caso, yo comencé a practicar otros deportes y actividades de aventura, que me han reportado, igualmente, grandes satisfacciones. Como son: parapente, aeroestación, canoa, ski, y snowboard, deporte del cual soy instructor. Por supuesto, las ascensiones y los senderos, siempre han estado presentes. Actualmente, y desde hace unos meses, ese gusanillo de la escalada se ha despertado de nuevo, y vuelve a agitarse dentro de mi.
En verano del 2007 asistí a la proyección de un documental de montaña, en el que nuestro querido expresidente de la F.E.M., Félix Méndez, relataba como en una caída de escalada, había experimentado unas sensaciones parecidas a las mías. Ante la proximidad de la muerte, su cerebro también se había llenado de incontables imágenes de su vida”

(Miguel Ángel Mora ”Biafra”. Junio 2008)







El Naranjo visto desde la Vía de los Celtas


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