Hubo un Pirineo de los pastores ( y 3 )
Operar con la delicadeza que requerían tan magníficos paisajes no ha sido un objetivo logrado. Por fortuna no todo es así, hay acciones también elogiables _pongamos ciertas restauraciones de arquitectura antigua o las protecciones de determinados espacios_ y, sobre todo, pese a las dolorosas pérdidas, la gran montaña aguanta: habría que compensarla con una generosa muestra de afecto, declarando, entre otras cosas, a sus macizos mayores « paisajes protegidos », a todos ellos, no solo a los que no tienen aptitud orográfica, nival o empresarial para el esquí, no esquivando, pues, las cadenas de primer rango, dando cobertura protectora por ejemplo en Aragón al conjunto del Alto Ara, el Caldarés, las cuencas superiores de Panticosa, los circos de Piedrafita, de Arriel, Soba y Garmo Negro, y el valle del Aguas Limpias hasta la Sarra, para remediar en tan sobrebios lugares la inoperancia de lo que ha venido siendo allí y puede seguir siendo una aletargada Reserva de la Biosfera, y para unificar en una figura propia, en un espacio común y con un criterio abarcador los dispersos LIC, ZEPA, Reserva de Caza y puntos de interés geológico que no acaban por asegurar tal conjunto.
Aparte de que no se entiende bien que se sustraigan en la política prioritaria de conservación tales montañas de primer rango y se amparen ámbitos de segunda fila, la propuesta anterior es realista, pues ahí está nuestra obligatoria adecuación al Convenio Europeo del Paisaje con ofertas concretas de protección, y los lugares dichos lo están pidiendo _los lugares, insisto, los roquedos, los hayedos, los paisajes, no hablo de sus responsables_.
Lo que aquí vale, lo que atrae, sin lo cual no habría nada que ofrecer ni que guardar ni querer ni cuidar ni si quiera vender es la esplendidez de estas montañas, los valles armoniosos con sus restos de una arquitectura rural llena de personalidad y belleza, el conjunto de prados, arboledas y panoramas en sosiego, los bosques nobles de tan admirable vegetación, los torrentes de aguas transparentes, las cascadas, los escarpes, las repisas perdidas, los rellanos colgados con ibones profundos y misteriosos, los roquedales que alternan con praderas floridas, los altos riscos con nieve en las fisuras y paredes oscuras o brillantes, las crestas rocosas perfiladas en la nube, la cima remota y el glaciar de grietas azules. Estos son los lugares. Dotados del marcado estado estacional de sus paisajes, cuya repetida rotación completa los constituye, solo se les llega a conocer con atenta permanencia.
Las reacciones de defensa de los paisajes pirenaicos han sido inmediatas porque el sistema de transformación, cuando se emprende, no tiene tregua ni contemplaciones y fisonomías seculares pasan en días a aplanamiento y en meses a sustituciones. Hemos tenido que solicitar indultos para un valle y para el entorno de un lago que estaban secretamente marcados en los planos de las empresas como áreas esquiables, sin que quienes deberían por obligación defender los lugares se dieran por aludidos, pues, al contrario, todo indica que estaban igualmente esperando, más cercanos a las empresas que a los sarrios, la oportuna circunstancia que reuniera favorables opciones políticas, financieras y de demanda para iniciar las obras. Muchos se sumaron, en cambio, a la defensa del valle con tal entusiasmo que debería agradecérselo alguien en nombre de dichos lugares, pero, entretanto, no he recibido noticias de que la gran máquina roedora de paisajes se haya desviado un milímetro de lo marcado en esos planos. Lo que si he conocido es aquello que comentaba el historiador Johan Huizinga respecto a unas frases del Elogio de la locura : « el que arranca las máscaras en la comedia de la vida es apartado a un lado ».
Texto perteneciente al libro "Miradas sobre el paisaje" de Eduardo Martínez de Pisón.
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