21 diciembre 2006

El Reino del Desplome (Leaning Tower, 1961). Primera Parte


La Leaning Tower es una de los riscos más fotografiados del planeta. Aparece en multitud de imágenes tomadas desde Valley View y Wawona Túnel Esplanade, dos de las vistas más famosas de Yosemite. Pero desde estas perspectivas la Leaning aparece como una informe pared, a la derecha de la Bridalveil Fall. Para ver esta torre desde un ángulo realmente espectacular, uno debe parar en el lugar exacto de la carretera, o pasear hasta la posición desde la que los más de 300 metros de continuado desplome se recortan elegantemente. Mi primera escalada en el Valle fue la relativamente fácil chimenea sur de la Leaning. Para aproximarnos caminamos por debajo de todo el desplome. Fue a finales del verano de 1957. La cara “imposible” del Half Dome acababa de ser escalada. El Capitán, por su parte, estaba recibiendo serios intentos de ascensión. Pero esta torre la examinábamos con otro tipo de temor. Mi compañero la clasificaba como una escalada para las futuras generaciones. Era inconcebible que nadie pudiera ascender por esa lisa y misteriosa pared. En 1961, tan solo cuatro años después de nuestras predicciones, aquel enorme muro fue escalado. La ascensión salió en los periódicos. Las cámaras fueron arrastradas hasta la angosta repisa en la que comienza el desplome. La gente, en general, consideró aquello como un paso adelante en el montañismo americano, pero los escaladores no estaban completamente de acuerdo con ello. Alrededor de las hogueras de campamento, el ambiente estaba revuelto. El tema: la ética de la escalada en big wall. ¿Cuántos bolts eran justificables para enlazar diferentes secciones de un itinerario de escalada? ¿Hacían demasiado fáciles las cosas las cuerdas fijas, restando gran parte de la aventura? Si los límites están resueltos, ¿Cómo tienen pues que ser forzados? La respuesta de Harding a estas cuestiones no es concreta. El defendió entonces, y defiende a día de hoy (1973), su libertad de elegir sus propios modos de escalada. Para él, esto es una actividad muy personal, y no un deporte institucionalizado. Según escribo esto, recuerdo el destello de sus ojos en un atardecer de un invierno reciente, cuando me informó de sus intenciones de escalar un enorme y liso muro, de las cercanías del Half Dome. Había algo más que la simple anticipación de una nueva escalada en aquel brillo ocular. La segunda ascensión de la ruta tuvo lugar un año y medio después, y la hizo en solitario Royal Robbins, durante cuatro días de escalada. Esta fue la primera gran escalada en solitario de la historia de Yosemite. El escrito que viene a continuación, apareció en el Sierra Club Bulletin en 1962, y es bastante diferente de los escritos de escalada que solían aparecer en esta publicación. Fue el último de su género, y no se volvieron a publicar más artículos técnicos en estos boletines. El Sierra Club, un club de excursionismo, estaba siendo desbordado. En una organización nacional de conservacionismo como aquella, la menor parte de la gente sabía cosas sobre cuerdas y pitones. El punto de vista parcial de Macdonald refleja este cambio. Es bastante opuesto al artículo que Antón Nelson publicó sobre la escalada de la Lost Arrow, escrito para presuntos aspirantes a aquella aguja. A diferencia de este, hecho para montañeros de sillón que nunca se habían visto involucrados en una escalada.


(GalenRowell,1973)

Amanecía el último día del año 1960, un día claro y frío. A pesar de que aun no había nevado en el valle, Yosemite ya sentía la quietud del invierno. El alegre correr de las aguas de los arroyos ya no estaba presente. La cascada de Bridalveil colgaba semi-congelada, mientras los riscos circundantes dominaban el silencio circundante, con sus enormes y lisas paredes de frío granito. En aquellas austeras condiciones, íbamos a comenzar una de las grandes aventuras de nuestras vidas.

Nuestro objetivo era la cumbre de la Leaning Tower, que tan solo se elevaba unos 600 metros sobre la base del valle, una altura no representativa para los estándares de Yosemite. Pero la altura es solo una de las dimensiones de una montaña. El continuado desplome de su cara oeste presenta unas condiciones extremas para la escalada. Se podría comparar con el Cervino en la época de Whimper, un paso más allá que nadie había dado. En palabras de muchos escaladores, aquello era “para las futuras generaciones”.
Parecía obvio que, vista la pared, la escalada se extendería a lo largo de varios días o incluso semanas, y originaría pertrechos y problemas organizativos más propios de grandes expediciones. Un nuevo método de escalada, introducido para la primera ascensión del espolón sur del Capitán, sería necesario. Escalada en roca expedicionaria.
Tamaña empresa también requeriría un tipo de “leader” específico. Sin lugar a dudas, el hombre ideal era Warren Harding, cuyas primeras al Capitán, a la Washington Column, y a otras muchas de riscos menores, eran consideradas entre las más difíciles de USA.

En otoño de 1960, Warren, siempre a la búsqueda de grandes luchas temerarias, volcó su atención en la cara oeste de la Leaning. Su apariencia inescalable y la ausencia de tentativas, planteaba el tipo de desafío al que él no podía resistirse.

Warren abrió camino por el lúgubre bosque que hay bajo la cara oeste de la Leaning Tower. Su enjuto y fuerte cuerpo se hacía pequeño bajo el enorme petate. Le seguía Les Wilson, un viejo amigo de escaladas. Yo iba en la retaguardia, y seguía el intrincado camino a través de los gigantescos bloques del talud. La torre surgió sobre nuestras cabezas, masiva y abrumadora.

Al otro lado del valle, la cumbre del Capitán comenzaba a recibir los primeros rayos solares. Mientras, nosotros llegábamos a una pequeña repisa que atravesaba la pared y la separaba en dos mitades. El muro bajo es, sobre todo, vertical. Pero la parte alta sobresalía increíblemente en el espacio, y desplomaba del tirón, y en toda su longitud, hasta la cumbre. Por encima de un pequeño árbol, andando unos 45 metros por la repisa, algunos pequeños buriles (colocados anteriormente por Harding) trazaban una línea de unos 20 metros hasta un pequeño techo. Una cuerda, colgada de los buriles superiores, nos permitió ascender a prusik este tramo, ya abierto por él.
Warren no tardó mucho en meterse en este impresionante ascenso, separado unos 5 metros de la pared, y con cerca de 130 metros, a plomo, bajo los pies. Con una facilidad profesional, se elevó moviendo rítmicamente los nudos prusik, una y otra vez, mientras una ligera brisa le balanceaba generando un enorme péndulo.

En cosa de 15 minutos alcanzó la parte alta, desde donde comenzaba la escalada en serio por la parte derecha de aquel techo. Pitonando una laja de apariencia bastante suelta, Warren se iba percatando de que cada clavija que colocaba, iba aflojando las anteriores, con riesgo de arrancar la laja entera. Finalmente, la fisura se cegó, y tuvo que volver a colocar bolts. El ángulo de la pared en este punto era de unos 120 grados, y Warren trabajó tediosamente con su burilador Rawl y su maza. Tras 20 minutos de currada “rompe espaldas” conseguía excavar un pequeño agujero de tan solo 2,5 cm de profundidad, y 0,5 de diámetro. Este esfuerzo fue tan extenuante para él, que de vez en cuando se colapsaba en sus anillos de estribo, y quedaba con brazos y cabeza colgando en el vacío, en completo descanso. Después de golpear el pequeño buril, ganaba un metro más de distancia. Sobre su cabeza se hallaba otra laja suelta más, y en delicado balanceo probaba los bolts con sumo cuidado. Decidido a no usar clavijas, comenzó a poner otro buril cuando, sin previo aviso, la laja se soltó y le cayó encima. El enfado y el dolor le hicieron romper, brusca y groseramente, el silencio.

Warren, ¿que pasa, estás herido?”, y un gemido fue la única respuesta.

Entonces me solté de la reunión, y saqué mis anillos de prusik. Si fuera incapaz de resolver el la situación, tendríamos muy poco tiempo antes de que pudiera estrangularse el cuerpo malamente, al colgar en precario.

Warrren”, gritó Les de nuevo.
“¡Mi cuello!, creo que se ha roto”, dijo él.

“¿Quieres que suba y te baje?”, grité yo.
No sé, déjame descansar un segundo”, respondió.

Pequeñas gotas de sangre caían desde arriba.
Mejor será que subas Al” me dijo Les.

Saqué los anillos de prusik y los coloqué en las cuerdas de escalada, “¡Vaya movida!”, pensé. Yo sabía como había que rescatarle, ya que lo había practicado en diversas ocasiones, pero esta era una situación realmente jodida. Lo desplomado del terreno complicaba las cosas, y Warren se había estado quejando durante todo el largo de lo difícil que estaba resultando emplazar los buriles, debido a la extrema dureza del granito.
Según subía pensaba en si aquellos buriles de arriba serían capaces de aguantas el peso de los dos.
Afortunadamente no tuvimos que averiguarlo. Warren recuperó sus sentidos y se vio capaz de bajar a prusik, el mismo. Entonces decidimos retirarnos cautelosamente, y llevamos apresuradamente a Warren al hospital, donde le colocaron una enorme gasa alrededor de la cabeza. Este accidente supuso el fin de aquella tentativa. Contentos por haber podido escapar de allí con tanta facilidad, pensamos en que la Torre nos había ganado el primer asalto.

2 comentarios:

Javi L. dijo...

Jooooooder

Y esto es la primera parte sólo?

Anónimo dijo...

Y la segunda!!!
Jejejeje..

Muy bueno, artículos increíbles los que publicas.

Saludos

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